Numerosos errores – La supuesta personalización del aprendizaje acentuó diferencias entre alumnos y generó frustración en los hogares
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La enseñanza apoyada en tecnología se ha convertido en sinónimo de eficacia y modernidad, aunque la realidad de los centros educativos suele poner en duda esa idea. La inteligencia artificial llegó a las escuelas con la intención de reducir tareas rutinarias y ajustar la enseñanza al ritmo de cada alumno. Se presentó como una ayuda que haría más ágil la preparación de clases y el seguimiento académico.
Sin embargo, algunos países que apostaron por sustituir los libros tradicionales por sistemas digitales están comprobando que nada ha logrado superar aún a los viejos libros de texto. Esa contradicción resume la situación que vive Corea del Sur, que aspiró a liderar la revolución tecnológica en las aulas y acabó revisando sus propios planes.
El profesorado rechazó una implantación sin formación ni consenso
El gobierno surcoreano puso en marcha en 2024 un programa de libros de texto con inteligencia artificial denominado AIDT, pensado para implantarse en 2025. Según publicó Rest of World, el objetivo era modernizar el sistema educativo y reducir la dependencia de las academias privadas, conocidas como Hagwon.
El plan incluía 76 libros digitales destinados a alumnos de primaria, secundaria y bachillerato, con asignaturas de inglés, matemáticas y programación. La inversión inicial superó los 400 millones de dólares, además de otros 800 millones destinados a la infraestructura tecnológica.

Los fallos técnicos minaron la confianza en los libros con inteligencia artificial
Las aulas recibieron el proyecto con expectativas dispares. Muchos docentes se mostraron reticentes, ya que el sistema se presentó sin la preparación suficiente. De acuerdo con Rest of World, cerca del 86% del profesorado expresó su desacuerdo, al considerar que apenas había recibido formación para utilizar las herramientas. La mayor parte de los centros se sintió al margen del diseño de la iniciativa y percibió la medida como una imposición política.
El uso práctico de los nuevos libros reveló fallos importantes. Algunos estudiantes, especialmente los más jóvenes, tuvieron dificultades para manejar los dispositivos y acceder con identificadores escritos en inglés. Los errores técnicos se multiplicaron: respuestas correctas señaladas como incorrectas, cálculos mal interpretados y ejercicios que el sistema no reconocía. Varios colegios informaron además de bloqueos y lentitud en las plataformas.
El experimento perdió apoyo político y acabó reduciéndose a una prueba limitada
La diputada Kang Kyung-sook llevó la cuestión al Parlamento. Durante una sesión de enero preguntó al entonces ministro de Educación por la velocidad del proceso de desarrollo y afirmó: “Los libros de texto impresos tardan 18 meses en elaborarse, nueve en revisarse y seis en prepararse. Los digitales se hicieron en 12, tres y tres meses. ¿Por qué tanta prisa?”. Su advertencia reflejaba la preocupación general por la falta de pruebas previas en un material destinado a menores.
El Ejecutivo optó por convertir la aplicación obligatoria en un programa piloto de un año. En la primera fase, un 37% de los colegios aceptó participar, aunque la cifra cayó al 19% en julio. Tras la destitución del entonces presidente Yoon Suk Yeol, el proyecto perdió impulso político. El Ministerio de Educación redujo los fondos y trasladó a los centros el coste de las suscripciones, lo que, según Rest of World, dejó al plan al borde de su desaparición.
La tecnología sin apoyo docente demostró su escasa utilidad educativa
Los resultados académicos no mejoraron con los libros inteligentes. Los profesores observaron que la supuesta personalización del aprendizaje generaba desigualdades entre alumnos con mayor o menor manejo de la tecnología. El interés de las familias también disminuyó cuando comprobaron que el sistema requería más supervisión de la esperada.

Las plataformas se colapsaban, los ejercicios se corregían mal y los estudiantes más pequeños tenían dificultades para iniciar sesión o manejar los dispositivos
La experiencia dejó al descubierto un problema básico: la innovación tecnológica sin acompañamiento humano carece de eficacia. Corea del Sur demostró que una buena herramienta digital no sustituye la labor pedagógica. Los maestros necesitan apoyo y tiempo para adaptar su enseñanza, y los alumnos aprenden mejor con materiales que comprendan su ritmo.
El intento de modernizar la enseñanza terminó sirviendo como ejemplo de los límites de la automatización educativa. Los libros con inteligencia artificial prometieron personalización y acabaron generando frustración. El país que quiso adelantarse a la era digital regresa a los manuales impresos con una lección evidente: la tecnología solo mejora la educación cuando se desarrolla al servicio de quienes la imparten.
